
Argentina y Brasil roban mucha cámara, así que nadie le hace mucho caso a
Uruguay, el vecino discreto. Y sin embargo, los uruguayos han sido siempre los
más sensatos y vanguardistas del mundo hispano. Fueron los primeros en aprobar
el voto femenino y la educación laica gratuita. Legislaron el divorcio setenta
años antes que España. Y ahora van a legalizar la marihuana.
La medida tiene en parte un sentido económico. La marihuana mueve en ese
país unos 75 millones de dólares al año que van a parar íntegramente a mafias.
Tiene más sentido que reciban ese dinero los campesinos, para que cultiven
legalmente y paguen impuestos. ¿Escandaloso? Pues también hay alcoholismo, y
nadie pretende cerrar los viñedos franceses o las destilerías de whisky en
Escocia. Al fin y al cabo, no todos los bebedores son alcohólicos. Y cuando se
intentó prohibir la bebida en Estados Unidos, los efectos fueron tan
desastrosos que hubo que volver a autorizarla.

Pero el objetivo principal de la legalización es mejorar la seguridad. Al
igual que la Cosa Nostra en la América de los años treinta, los traficantes de
drogas tienen dinero y armas, corrompen todo lo que tocan, y aglutinan a su
alrededor todos los demás negocios ilegales. Basta echar un vistazo al rastro
del tráfico en la región: una guerrilla endémica en Colombia, maras de
adolescentes salvajes en Centroamérica, una guerra con cincuenta mil muertos en
México.

El fracaso de la guerra contra las drogas es tan clamoroso que su legalización
ni siquiera es ya una consigna de izquierda. Ex presidentes como el mexicano
Vicente Fox, presidentes en activo como Juan Manuel Santos o el guatemalteco
Otto Pérez Molina, intelectuales como Mario Vargas Llosa, ninguno de ellos
sospechoso de hippismo melenudo, se han manifestado a favor de la
despenalización. El argumento de todos ellos es puramente pragmático: no tiene
sentido que mueran decenas de miles de personas porque otras decenas de miles
se quieran ir de juerga. Sin duda, ese remedio es mucho peor que la enfermedad.
Y la marihuana es el comienzo más lógico para explorar nuevas estrategias.

El gobierno uruguayo plantea crear un registro de consumidores con un límite
de consumo legal. De hecho, un modelo parecido ya funciona en España, aunque
por iniciativa privada y en voz bajita. En Cataluña hay asociaciones de
fumadores que aprovechan cada rendija de la ley. Sus socios se inscriben con
DNI y foto, y no pueden comprar más de 72 gramos al mes, el límite legal para
consumidores. Como sembrar marihuana para el autoconsumo es legal, las
asociaciones aglutinan el cultivo de sus socios y les proporcionan un entorno
apacible donde fumar sin molestar. Así, los socios dejan de financiar a
traficantes ilegales, y de paso, se ahorran redadas y arrestos.

Una de esas asociaciones ha ido más allá. En tiempo de crisis, ha propuesto
pagarle al ayuntamiento de Rasquera 1,3 millones de euros y crear cuarenta
puestos de trabajo si le permiten instalarse en ese municipio. El pueblo aprobó
la iniciativa en un referéndum, pero el alcalde está esperando un consenso
social más amplio. Mientras llega, en Barcelona ha abierto el museo más grande
del mundo dedicado al tema. El museo cuenta la historia del cannabis, y entre
otras cosas, defiende que Shakespeare fumaba porros y la Biblia recomendaba la
marihuana (Bueno, esto no sé si creerlo, pero en todo caso, tiene gracia).

Lo que persiguen todas estas iniciativas no es promover la drogodependencia
ni montar una gran fiesta. Su objetivo común es separar las drogas de las armas
(que por cierto, son legalísimas en el mayor consumidor de drogas del mundo,
EEUU). El consumo de drogas puede ser un problema grave, pero es el tipo de
problema que trata la sanidad, no la Policía, y menos los ejércitos. La buena
noticia es que, cuando los uruguayos aprueban algo, tarde o temprano, los sigue
el resto del mundo.
http://www.larepublica.pe/columnistas/rayos-y-centellas/hora-de-legalizar-15-07-2012
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada