dimarts, 17 de juliol del 2012

A propósito de la marihuana y otras yerbas


El sonado asunto de la legalización de la marihuana ha puesto en movimiento una maquinaria de opiniones, de aprobaciones y censuras a tal iniciativa que, para disipar equívocos y tergiversaciones, exigen un claro planeamiento y una visión en profundidad sobre el problema. No solamente Vidart ha escrito varios libros sobre el tema sino que ha viajado intensamente por el área andina, México y Eurasia, donde, de primera mano, ha tenido conocimiento - y experiencias- de las sustancias dinamógenas, sedantes y visionarias. Sus contribuciones, como expresamente nos ha manifestado, han sido concebidas para que nuestros legisladores y gobernantes adquieran claras ideas acerca de un tópico que a todos los uruguayos nos precupa y a todos atañe. Todo cuanto nos diga proviene directamente de sus viajes, de sus vivencias, de sus experiencias de campo y de sus estudios acerca del mito y la realidad de las drogas y su notable participación en la peripecia cultural y social de la humanidad, tanto la antigua cuanto la contemporánea.( O como quieras hacer la presentación, fratello)Poniendo los puntos sobre la íes.

Comienzo estas disquisiciones sobre las drogas, ese nuevo fantasma que recorre el mundo, con una confesión personal. No fumo, no soy aficionado a bebidas fermentadas ni destiladas, no mateo porque mi hernia hiatal es sensible al débil alcaloide de la yerba y otras de las tantas sustancias del “amargo” o “cimarrón”. Por añadidura, no consumo fármacos que apuren o sosieguen los ritmos vitales o los mecanismos de la mente, cuyas mentidas inocencias esconden un cuchillo debajo del poncho. 


Quiero advertir, además, que tampoco formo parte de ese sector intelectual que, adicto o no a las dogas- las “blandas” o las “duras”- defiende su uso como una forma de liberación de las cadenas invisibles que aprisionan al Yo, o de revuelta contra la opacidad de los sentidos, o de acceso a superiores niveles del espíritu. La palabra Espiritualidad no se les cae de los labios. No la definen, pero la usan como si fuera la llave que abre la escondida puerta del Jardín de las Delicias. El lema que flamea sobre su discurso ha sido resumido pòr un “colocado” anónimo, que cita Antonio Escohortado, un especialista, teórico y práctico en estos discutidos asuntos: “De la piel para dentro comienza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano y las lindes de mi piel me resultan mucho mas sagradas que los confines políticos de cualquier país.”

Califique el lector como le cuadre esta desafiante afirmación. De todos modos debo aclararle que “colocado”, en la jerga de los “drogos”, significa que el sujeto está bajo el efecto de una sustancia que ha alterado su conciencia.

No obstante lo expresado anteriormente acerca de las temperancias de mi persona quiero aclarar también que, in situ, he tenido experiencias directas, y voluntarias, de diversos tipos de hongos, cactus, flores, semillas y hojas de sustancias psicoactivantes, depresoras y visionarias. Fueron pruebas – en mi caso- sin posterior adicción, porque el hombre es el único animal que no solamente sabe que va a morir sino que también escoge, si ello depende de sus resoluciones, el modo de vivir y convivir. Experimentar con las drogas no es permanecer en la asíntota inferior de la adicción. Verum factum: la verdad se expresa en los hechos, no en los libros, no en lo que otros cuentan del hombre y sus conductas, del hombre y sus obras. El deber ser del antropólogo le exige sumergirse en las aguas, tranquilas o revueltas, de las culturas. Y entre ellas, que son inmensamente variadas y variables en el espacio y el tiempo, figura la “cultura de la droga”.

Es fácil advertir en estos días que el tema de las drogas, que ya venía pisando fuerte, se ha apoderado de la opinión pública uruguaya a raíz del proyecto gubernamental de despenalizar el consumo de la marihuana. Conviene, entonces, hacer luces sobre el asunto: definir, describir y clasificar para ofrecer una visión general sobre la tipología y efectos de las sustancias existentes en la naturaleza o preparadas en el laboratorio que, además de actuar sobre la sensibilidad afectiva y las facultades razonantes del intelecto( estado de ebriedad), inciden también sobre la materia orgánica y organizada del cuerpo humano (estado de intoxicación). Claro que el eje central de estas notas son los productos extraídos del cáñamo: la marihuana y el haxix, que en árabe quiere decir “hierba”.Voy a desarrollar, ampliamente y en el momento oportuno este punto que, en puridad, constituye la columna dorsal de mi exposición. Pero antes debemos situar la grifa, o maría, como se le dice en España, o mota, como se le llama en algunas regiones de México, es decir, la tan llevada y traida marihuana, en el marco general de las drogas y la drogadicción.

Errores, confusiones, ignorancias

Existe una gran desinformación y desconocimiento del tema, por más que los medios de comunicación, tesoneramente, nos den cuenta de las tropelías y crímenes cometidos por los reales o presuntos consumidores de la “pata base”, propia de los estratos mas bajos de la pirámide social. 

Los periodistas que informan con seriedad estudiosa y los que improvisan en la marcha, al golpe de balde, cuentan en este momento con un amplio espectro de lectores y oyentes. Durante muchas semanas, sin duda, los mass media van a criticar o aplaudir la entrada del cannabis en el gran circo del interés público nacional. Yo tambien me sumaré desde las columnas de Bitácora a los comentaristas. Pero será desde otro punto de vista y con una larga experiencia sobre el tema. Nombro un lugar y una fecha como referentes iniciales: desierto del Gobi, Mongolia interior, China, 1965. A partir de un memorable episodio provocado por un poderoso alucinógeno, la amanita muscaria, tuvo inicio mi interés sobre los estados alterados de conciencia.

Entonces, en mi calidad de antropólogo viajero, lo que equivale a la condición de “curioso impertinente”, me dediqué al estudio de las sustancias psicoactivantes que los drogadictos criollos encasillan, acertadamente, en tres categorías: “las que pegan p´arriba, las que pegan p´abajo, y las que te cambian la cabeza”. Viví casi doce años en Colombia, recorrí los Andes y las selvas, visité muchas veces a México y otros paises del Viejo Mundo en procura de informes y enseñanzas sobre un complejo cultural de ineludible conocimiento para todo antropólogo de pata en el suelo. Fruto de ello son dos de mis libros: Coca, cocales y coqueros en el mundo andino y Un vuelo chamánico. También he escrito muchos ensayos (“La droga, el carnaval del alma”, entre otros) y disertado sobre el tema en repetidas ocasiones. Ello no me convierte en una autoridad en el tema; soy, solamente, un cercano conocedor del complejo universo de las sustancias psicoactivantes, y no psicoactivas, pues no residen en nuestra psiquis sino que se las introduce desde el exterior mediante muy diversos procedimientos.

En consecuencia, voy a referirme, con la mayor claridad posible, a un fenómeno social y cultural muy antiguo- hay testimonios sobre la drogadicción ceremonial desde el Paleolítico medio- que en el mundo de la globalización y el consumo -el nuestro está asumiendo nuevos caracteres y reclutando nuevos adictos. Y trataré de hacerlo sine ira et studio, como decían los romanos, sin aprobar ni condenar, procurando relacionar y explicar los fenómenos, es decir, las apariencias tras las que se esconden las esencias, al margen de mis afectos y convicciones personales.
Y como yapa, agrego una aclaración que va más allá de la etimología. La voz fenómeno, en griego phainómenon, se refiere a lo que aparece ante nosotros como un fogonazo (phós, photós) y que como tal deslumbra, impidiendo ver el noumenos, la cosa en si, la realidad que se oculta tras el aspecto inmediato de las cosas. El Aparecer no equivale al Ser, y esta diferencia ontológica es la que separa el saber popular del saber científico, la noción vaga del concepto firme, el rumor del conocimiento.

La desinformación de los pueblos y los gobiernos acerca de la tipología y efectos de las drogas es colosal. Aunque la drogadicción constituye una creciente realidad cotidiana en nuestro país en particular y en las demás naciones en general, no existe un aparato informativo fidedigno que ayude a situar el problema en sus marcos precisos. Librado a la represión policial – el adicto en tanto que delincuente- o a la terapia medicinal – el adicto en cuanto que enfermo- la droga se ha convertido en un tabú maléfico para los sectores mayoritarios de la sociedad. Por su parte, los transgresores, aquellos que la han elevado a la condición de tótem supremo, constituyen, según los valores morales del gran público, una logia perversa, merecedora de la reclusión cuando no del exterminio.

La ignorancia alcanza tambien a los medios de difusión. Hablar, al barrer, de los estupefacientes o del narcotráfico, metiendo en una sola bolsa sustancias tan distintas como la cocaína, la morfina o el THC( el mas importante componente de la marihuana) , es algo semejante a confundir la munición patera con las bolas de billar o las pelotas de futbol, solo porque se trata de cuerpos esféricos . Por otra parte, y limitándome a la caña en el campo de las bebidas destiladas y al vino en el de las fermentadas, a estos beberajes no se les considera drogas, aunque lo sean. Su consumo exagerado puede resultar tan maléfico como el de las sustancias malditas. La propaganda comercial promueve a las bebidas alcohólicas y no se sanciona a los borrachos en la civilización de Occidente, que es la nuestra: a los de abajo les decimos “mamados” y a los de arriba, “alegrones”. Pero los ebrios de ambos sectores sociales están tan drogados como el que aspiró una “fila” de cocaína en polvo, la “doña Blanca”, llamada tambien “nieve”, “base-ball”, “azúcar” y de muchos modos más. 

La borrachera alcohólica, tolerada por la civilización de Occidente, de raíz judeocristiana, está desterrada del mundo musulmán: el Islam condena en el Corán a los aficionados a las bebidas alcohólicas (al- jamr) y en algunos lugares la ley, fiel al libro dictado por Alá a Mohammed, los penaliza severamente. Sin embargo los árabes fueron los grandes difusores del café y del opio. El café, proveniente del etiópico valle de Kaffa – y de ahí su nombre- fue llevado a Arabia y conoció dos etapas. En la primera fue rechazado por el Islam puro y duro, pero luego le cantaron himnos de alabanza: quienes consumían el concentrado moka no solamente rezaban con aplicación y entusiasmo, inmunes al calor que llamaba al sueño, sino que tampoco necesitaban del alcohol para entonar los ánimos. En cuanto al opio, oriundo del los litorales del Mediterráneo y no del Oriente, como comúnmente se cree, los conquistadores árabes lo llevaron consigo, plantaron inmensos campos de amapolas en Turquía e Irán, y desde este doble trampolín llegó hasta China, derramando la papaverina – un alcaloide mas poderoso y de signo contrario al de la cafeína- a lo largo de la ruta que se convirtió, paralelamente al camino de la seda, en la dilatada provincia botánica de la adormidera. 


 Qué es una droga

Droga es una voz polisémica, o sea que posee diversos significados a partir de un solo significante. Desde el punto de vista genérico una droga consiste, según el Diccionario de la Real Academia Española, en una sustancia de origen vegetal, mineral o animal utilizada en la medicina, industria o en las bellas artes. En sentido figurado, entre otras cosas, droga es un embuste, una trampa, un ardid, algo molesto o desagradable, etc. Pero las drogas que nos atañen y a las que me voy a referir en este micro-estudio son aquellas sustancias, ya naturales, ya preparadas en el laboratorio, que alteran la percepción, la afectividad, la corriente del pensamiento, la conciencia en suma, a lo que se agrega, según sean dinamógenas, sedantes o alucinógenas, una serie de repercusiones orgánicas de diversa entidad.
Si nos dirigimos a las fuentes de las palabras obtendremos datos más precisos.

Según algunos lingüistas la voz droga proviene de trag, que en griego significa comer, y de allí el “tragar” español. Del griego pasa al latín y a los idiomas romances. Pero las cosas no son tan sencillas como parecen. En neerlandés, lengua de la que el holandés es un dialecto, droog significa seco, y el anglosajón drug tambien menciona a algo seco, árido, privado de humedad. En ambos casos se trata de sustancias, medicinales o no, y por aquí aparece la palabra droguería, sinónimo de farmacia, voz a la que será imprescindible aludir mas adelante. En los barcos fleteros del siglo XIX cuando se mencionaba a un cargamento de “drogas”, el parte se refería a las mercaderías secas.

Si nos trasladamos al área ocupada por los pueblos célticos allí se denominaba droga a un comestible de mala calidad: el droch irlandés, el drwg bretón y el drug galés, que trasmitió su grafía al inglés, expresan esa idea en los distintos matices dialectales,

Como antes dije una droguería es llamada tambien farmacia. La voz phármacos, en griego, significa “lo que tiene el poder de trasladar o remover impurezas”. Un fármaco, consumido según las dosis correctas, cura. Pero si se traspasan los límites permitidos puede dañar gravemente o matar. No se trata de un ente de por si benéfico o maléfico. Es preciso saber manejarlo. 


La droga es un fármaco que participa de ambas características: alivia, libera, entusiasma, seda, despierta la imaginación, llama al sueño, produce bienestar, transforma las sensaciones y los sentimientos, abre las puertas de la Otra Realidad, Pero esos paraísos artificiales y estados de conciencia que constituyen un mundo aparte, esos recreos del espíritu, esos renacimientos o postraciones del alma, tienen un precio. A veces lo cobran las propiedades de la droga: la ayahuasca, una enredadera tambien llamada yahé, comienza actuando como un enteógeno y finaliza como un satanógeno, Y fuera del proceso propio de las sustancias que en dosis letales matan, el organismo tambien pasa sus facturas: unas leves, llevaderas; otras leoninas, desmesuradas. Y las hay tambien semejantes a las ruletas rusas. Con mucha razón Teofrasto, el gran botánico griego, al referirse en su libro Sobre las causas de las plantas a la datura, un vegetal solanáceo, expresa lo siguiente: “Para darle ánimo y satisfacción de sí mismo al paciente se debe emplear un dracma(alrededor de 3 gramos); doblando esta dosis padece delirios y alucinaciones; para dejarlo loco para siempre se necesita el triple, y con la dosis multiplicada por cuatro, se le mata.”

Desde el fondo de los tiempos.

El consumo de drogas tiene profundas raíces históricas. Se han encontrado sustancias psicoactivas en el polen de varias especies de flores que rodeaban el cadáver de un Neanderthal en la cueva de Shanidar, Irak, depositado allí hace 60.000 años. (¡Cuánta ternura, amigos! Aquellos paleoantropinos no eran tan bárbaros como lo somos hoy en día.) Los constructores de los mal llamados palafitos suizos – los pilotines no estaban en el agua sino que sostenían las plataformas que aislaban las casas del merodeo de las bestias- consumían, en la Edad del Hierro, productos vegetales que alteraban los estados de conciencia, como lo han demostrado los arqueólogos. En la India, el famoso soma védico, parece haber estado constituido por diversas sustancias, entre las que figuraba el cannabis indica, una de las variedades de “Doña Rosa” o “María Juana” - Marihuana- , que América la recibió de los invasores hispánicos, según algunos historiadores, o de los negros esclavos africanos, según otros.

Las pitonisas y sibilas de la antigüedad greco-romana hacían volar sus espíritus y hablar a los oráculos mediante el uso del kykeon ( procedente del ergot, el cornezuelo del centeno), presente en Eleusis, donde la participación en los Misterios quitaba a los iniciados, para siempre, el temor a la muerte.

En Chavin de Huántar, Perú, se utilizaban sustancias psicoactivantes 1.000 años antes de nuestra era. Raichel- Dolmatoff, un eminente antropólogo austríaco que trabajó en Colombia , atribuía la reiteración de las figuras de jaguares y serpientes en las esculturas de diversos santuarios prehistóricos sudamericanos al uso de ayahuasca(“cuerda del alma de los muertos”, o “ bebida de los muertos”, en quechua) llamada en otras zonas de nuestro continente yahé, natema, caapi, pandé, y de muchos otros modos, tan amplio es su habitat tropical y tan extendido su uso con fines rituales entre los indígenas. Dicha liana produce, al finalizar su efecto, la aparición de aquellos animales en la atormentada psiquis del usuario, al que persiguen con saña. 

Las daturas, en forma de ungüento colocado sobre palos de escoba, impregnaban el sexo de las “brujas” que volaban hacia los Prados del Diablo( akelarreak, en euskera) para celebrar sus rituales perversos,, según la leyenda, pues aquellas mujeres yacían en sus habitaciones mientras su psiquis dibujaba escenas y escenarios macabros.

Los chamanes de todas las latitudes, si bien su nombre es siberiano con antecedente indostánico (samana), emplean alucinógenos para realizar sus viajes al Mas Allá y desde esa atmósfera sagrada hacer curaciones, predecir acontecimientos y aliviar los males del alma sin la asistencia de Freud ni la mitología del diván.

Las drogas, en definitiva, son como el telón de fondo o el basso continuo que han acompañado a las civilizaciones y culturas que en el mundo son y han sido. Ellas están presentes en las ceremonias religiosas (el vino de la misa ¿o no?), en las prácticas adivinatorias, en la terapia de las enfermedades, en las sesiones de magia, en la alegría báquica de las fiestas y los excesos de las orgías, en la etiqueta de la sociabilidad tribal y civilizada, en los ritos de iniciación y ceremonias de paso de todos los pueblos y de todos los tiempos.

Algunos investigadores afirman que las drogas han sido el émbolo generador de las religiones, las madrinas de la hechicería, las dadoras universales de las concepciones cósmicas – la tetrapartición del universo y el Árbol del Mundo-, las creadoras de nuevos rumbos para el conocimiento, las hadas de la afectividad , las inspiradoras del arte y los mensajeros afrodisíacos de la procreación humana. Pruebas no faltan.
Estamos recién en el comienzo de esta feria de verdades y fantasías. Seguiremos en el trillo. 

Por Daniel Vidart Antropólogo, escritor, poeta. Uruguay

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