Con la cuestión de la crisis uno se cansa del monotema y de la trampa de que ya no hay más realidad que la crisis. Sin embargo, la vida sigue y los problemas siguen, y algunos, como la droga, siguen enquistados en la sociedad, en las leyes y en las mentes. Si algo frena el progreso social es el miedo al debate sobre cualquier cuestión tranversal en la vida humana y social. Por todo ello, en este artículo sobre la droga me propongo dudar y reflexionar en voz alta con todos ustedes. ¡Qué miedo los absolutismos y la mera posibilidad del absoluto!
De momento,
ha vencido la teoría de que la represión de la producción y el consumo es la
mejor manera de combatir el uso de estupefacientes, lo que conlleva las
trágicas consecuencias que tiene el narcotráfico en la vida de muchas naciones.
Por eso hay que aplaudir la valentía de muchos dirigentes sudamericanos en,
como mínimo, llevar al foro de la discusión la cuestión de la legalización de
las drogas. Especialmente habría que citar aquí a José Múgica,
presidente de Uruguay, por proponer al Parlamento una ley legalizando el
cultivo y la venta de cannabis. De aprobarse (el Frente Amplio, el partido del
presidente, tiene mayoría absoluta) supondría todo un pulso a las mafias del
narcotráfico y una referencia para muchos países que están empezando a
cuestionarse la postura tradicional meramente represiva. La prohibición de la
droga solo ha servido para convertir al narcotráfico en un poder económico y
criminal impresionante, capaz de poner de rodillas a los Estados legítimos. Los
sudamericanos hablan ya de narcoestados. El problema de la droga es tan
importante que concierne a la misma supervivencia de la democracia.
EN LAS
ACTUALES circunstancias, la primera prioridad no es poner fin a la producción y
al consumo de drogas sino acabar con la criminalidad que depende de estas
actividades. Y para ello no hay otro camino que la legalización. Desde luego
que legalizar las drogas implica riesgos, que deben ser tomados en cuenta y
combatidos. Por ello, la medida de la legalización debe ir acompañada de un
esfuerzo paralelo para informar, rehabilitar y prevenir el consumo de
estupefacientes perjudiciales para la salud. Se ha hecho en el caso del tabaco
y con bastante éxito. El consumo de cigarrillos ha disminuido y los ciudadanos
saben los riesgos a los que se exponen fumando. Si quieren correrlos es su
derecho hacerlo.
En España
hay un nombre propio, pionero en reivindicar la despenalización de las drogas.
Se trata de Antonio Escohotado (profesor de filosofía en la UNED),
desmitificador y analista del problema de las drogas en su impagable Historia
general de las drogas. La obra contempla un recorrido multidisciplinar
sobre las drogas, abordando aspectos históricos, culturales, mitológicos,
antropológicos, sociológicos, políticos, químicos y médicos. Defiende las
drogas como un camino hacia el autodescubrimiento, la maduración, el diálogo o
la simple recreación. Denuncia también lo que considera una campaña
demonizadora contra las sustancias psicoactivas que nace a mediados del siglo
XX.
Otro nombre
más actual es Araceli Manjón-Cabeza, autora del libro La solución,
donde mantiene tres tesis fundamentales: 1) que el prohibicionismo ha
fracasado; 2) que hay que cambiar el paradigma porque seguir con el
prohibicionismo planetario es una locura; 3) que la prohibición ha generado
muchos otros problemas no inherentes al consumo de droga, problemas que son
hijos de la prohibición. Y, finalmente, citaré a un último nombre, no solo
literato Nobel sino también un gran pensador, como es Mario Vargas Llosa,
gran defensor de la legalización de las drogas, como mal menor.
Legalizar
las drogas no eliminaría los problemas de drogodependencia, enfermedades
asociadas, conflictos sociales y mortalidad. Tampoco que el alcohol o el tabaco
sean legales evita tales efectos. Pero, al menos, pondría freno a las mafias
que siembran el terror y amasan fortunas a costa del mercado ilegal. Incluso
admitiendo como posible un aumento inicial del número de consumidores de las
drogas ya legales, habría otros efectos beneficiosos: control de calidad, lo
que evitaría los males asociados al consumo; venta en dosis correctas de
consumo, lo que evitaría las sobredosis accidentales; disminución de precios,
lo que reduciría drásticamente la cifra de delincuencia drogoinducida; cambiar
los ambientes marginales y peligrosos por un mercado legal y controlado.
Asunto
vidrioso. Al menos, dejémonos de hipocresías y embustes y entremos a fondo en
el debate. Sin absolutismos ni tabúes. La historia solo avanza con cambio de
paradigmas.
Mariano
Berges,Profesor de Filosofía. http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/legalizacion-de-las-drogas-_786920.html
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