El último
filme de Oliver Stone aborda el narcotráfico desde la mirada de un grupo de
jóvenes vendedores de marihuana. El cineasta la consume desde hace cuatro
décadas y es un impulsor de su legalización, además de un duro crítico de la
política antinarcóticos estadounidense.
Vietnam era
el infierno. Un día salvabas el pellejo pero el siguiente podías terminar
mutilado o, con suerte, abatido por un certero balazo del Vietcong en la
frente. Oliver Stone estuvo allí y supo transmitir el horror de vivir en la
antesala de la muerte en sus premiados filmes Pelotón y Nacido el 4 de julio.
Pero
sobrevivir no fue fácil. En las tardes de calma, él y otros soldados se
entregaban al ocio con un cigarrillo de marihuana entre los dedos. “Un montón
de chicos la usaron para mantenerse en contacto con ellos mismos”, contaría
muchos años después. “En esa época de mi vida, fue como un salvavidas. Marcó la
diferencia entre mantenerte humano o convertirte en una bestia”.
Stone lleva
cuatro décadas consumiendo cannabis y, al mismo tiempo, dirigiendo algunas de
las cintas más impactantes de la cinematografía mundial. Pero esta vez, la
yerba –su consumo, su distribución, el mundo que florece a su alrededor– es el
tema principal de su última película.
La atención que concitó su estreno permitió al director volver a hablar de un viejo tema del cual se ha convertido, sin proponérselo, en un vocero: la legalización de la marihuana.
La atención que concitó su estreno permitió al director volver a hablar de un viejo tema del cual se ha convertido, sin proponérselo, en un vocero: la legalización de la marihuana.
Años de
excesos
“Yo era un
buen soldado. Fui condecorado. No era un vago”, contó Stone en la entrevista en
la que recordó sus primeros escarceos con la yerba, en Vietnam. “Muchos chicos
se emborrachaban y cometían matanzas. Los que nos drogábamos éramos más conscientes
del valor de la vida”.
Para los
años 70, sus gustos se habían decantado hacia la cocaína, la droga de moda por
entonces. Era un guionista reputado en Hollywood; en 1978 ganó el Oscar por la
historia de Expreso de medianoche. En 1982, escribió el guión de Scarface
(Caracortada) mientras trataba de escapar de esa adicción. El mito dice que
tuvo que irse a París para alejarse de las malas compañías y así poder acabar
la historia. Su retrato de un traficante cubano que construye un pequeño
imperio gracias al polvo blanco –elaborado luego de una minuciosa investigación
en el mundo del hampa de Miami– se ha convertido en un clásico del género.
Lejos de la
cocaína, Stone siguió consumiendo todo tipo de sustancias. El rodaje de
Asesinos por naturaleza (1994) es recordado por los viajes que se metía el
director gracias a los hongos alucinógenos. (En una ocasión, buscaba una
locación junto a la productora y un auto de la Policía le ordenó detenerse por
exceso de velocidad; Stone, empachado de setas, hundió el pie en el acelerador
y huyó entre risas nerviosas). Muchas escenas del filme recogen esa atmósfera
de un mundo alucinado.
La represión
fracasó
Pero más
allá de las anécdotas, el director de JFK y Un domingo cualquiera siempre ha
enfatizado que su afición por los estimulantes y alucinógenos nunca ha sido un
problema para su trabajo como creador. “He consumido marihuana durante toda mi
vida, pero puedo estar sin ella durante semanas. No soy un adicto, pero me
gusta”. En otro momento dijo: “Creo en el LSD, la mescalina, las setas y la
ayahuasca. El éxtasis también es genial”.
Al mismo
tiempo, Stone ha sostenido un discurso muy crítico de la forma en que
Washington ha enfrentado el problema del narcotráfico. Hace unos días, durante
la presentación de Salvajes en el Festival de San Sebastián, afirmó: “Hace 42
años que (los norteamericanos) empezamos a hacer la guerra contra las drogas y
ahora hay más drogas, más baratas y mejores que nunca [...] Estados Unidos no
utiliza la guerra contra el narcotráfico para luchar contra las drogas y la
violencia que genera sino para espiar a otros países”.
Para el
ganador de tres Oscar (por Expreso de medianoche, Pelotón y Nacido el 4 de
julio), las políticas represivas han fracasado, por lo que es hora de enfrentar
el problema legalizando el consumo y regulando la venta. “Hay que comenzar con
la descriminalización del consumo”, dice.
En ocasiones, suele recordar la
camaradería que vivía con otros soldados en aquellas jornadas en Vietnam,
sobreviviendo al infierno aferrados a una pipa o a un cigarrillo. “Hace mucho
tiempo reflejé en Pelotón cómo la gente podía vivir bien con drogas”. Él es un
ejemplo, dice.
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