Es cierto que nadie puede enfrentar un problema como el narcotráfico en forma aislada, no obstante, tenemos que reflexionar sobre qué tipo de cooperación es la que necesitamos para resolver el problema.

Hace veinte años los países ya estaban pidiendo más ‘equilibrio’ en las políticas y la inclusión de la demanda para neutralizar el enfoque dominante fuertemente inclinado hacia el lado de la oferta. Se puede considerar el tímido inicio de estos esfuerzos la Declaración de Cartagena de 1990 suscrita por los países de Colombia, Perú, Bolivia y Estados Unidos, que inicia su texto precisando que toda estrategia que comprometa a las “… Partes a poner en práctica o a consolidar un programa general intensificado contra las drogas ilícitas, ha de tomar en cuenta la reducción de la demanda…”. Con lo cual, se le asigna directamente al país consumidor – Estados Unidos en este caso – su parte de responsabilidad en el éxito o fracaso de las políticas.
El siguiente paso lo podríamos ubicar en la “Declaración de San Antonio” de 1992 firmada también por Ecuador y México además de los anteriores países mencionados. Esta Declaración es un poco más explícita que la de dos años atrás al mencionar que, “Es esencial enfrentarnos al problema con un enfoque integral que incluya la demanda…”.
Finalmente es en 1996 que la Organización de Estados Americanos OEA incorpora el concepto de ‘responsabilidad compartida’ a la Estrategia Antidrogas del Hemisferio firmada en Montevideo. Este concepto es esencial para el argumento moral sobre la injusticia de que los países productores y de tráfico tengan que pagar el precio más alto, y pretende, aunque sólo sea nominalmente, corregir el ‘desequilibrio’ del enfoque.

Para muchos críticos Estados Unidos carece de moral para realizar estas evaluaciones –las cuales se realizan de manera unilateral y sin acreditación de algún organismo mundial, dado que dicho país tienen una gran responsabilidad sobre la demanda mundial de drogas. Continuando con este argumento, este mecanismo contribuiría a que el régimen de la lucha antidroga se enfoque en la oferta y descuide la demanda, la cual se encuentra libre de evaluación –Estados Unidos está libre de evaluación similar alguna. Asimismo, se acusa que la certificación antidroga de ser un mecanismo sumamente politizado que condiciona a los países e impone una visión unilateral del problema, la de Estados Unidos.

En esta medida el debate sobre alternativas a la guerra a las drogas surgido durante la VI Cumbre de las Américas en abril de este año recubre un carácter particularmente importante. No sólo porque se dio en el contexto de la OEA sino porque por primera vez un buen número de países con líneas ideológicas distintas descalificó abiertamente la política estadounidense. No sería sorpresa que Evo Morales, líder de los coqueros y opositor declarado de Estados Unidos, rete el discurso ortodoxo del país de norte; no obstante, si causa asombro que el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, el cual trabajó directamente para poner en marcha el plan Colombia, incluya abiertamente en la agenda un debate regional de alto nivel sobre los fracasos de la guerra a las drogas y las perspectivas de nuevos enfoques. A esto se le suma las opiniones del presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina y el de México, Felipe Calderón, los cuales han sugerido la necesidad de considerar “alternativas de mercado”.

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