¿Depresión posvacacional? ¿Bajón ante el otoño marrón que se nos avecina? Relájese, porque esta temporada la cocina nos trae más diversión que nunca. No me refiero a los chistes de Arguiñano, sino a evasión de la buena, de la ilegal.
Cocinar con marihuana está de moda. Vaya novedad, dirán algunos: Baudelaire ya se ponía hasta las trancas en el siglo XIX, y los hippies llevan haciendo pasteles de maría desde los tiempos en los que se decía “carroza” o “guay del Paraguay”. La noticia hoy es que de una gastronomía drogadicta primaria y meramente funcional estamos evolucionando a otra en la que los sabores importan.
En la Costa Oeste norteamericana florecen pequeños restaurantes temáticos alrededor de la marihuana. Los más light ofrecen los clásicos dulces para calmar los munchies, esa hambre desaforada de dulces y comida guarra en general que te entra cuando fumas porros; otros preparan platos con mierda de verdad aprovechando la despenalización del uso médico de la planta.

Al otro lado del país, el New York Times habla de la influencia del cannabis en la nueva cocina estadounidense. Según el diario, un pequeño pero muy influyente grupo de chefs reconoce que la afición al fumeteo tiene mucho que ver tanto con sus platos lujuriosos y ricos en hidratos de carbono como con el ambiente relajado de sus restaurantes. Lo llaman “la alta cocina colocada”.
Si esto les cae muy lejos, vía Internet pueden hacerse con un ejemplar del primer recetario oficial de la mítica revista porrera High Times. Esta magna obra puede considerarse el primer libro de cocina cannábica con aspiraciones culinarias. Gracias a él he aprendido que las diferentes variedades pueden aportar matices alimonados, picantes o mentolados a los platos. Con sensatez, el High Times Cookbook llama a la moderación en las cantidades: disfrutar con la hierba no significa ser un descerebrado.

Noticia: http://elpais.com/elpais/2012/09/14/gente/1347647140_763190.html
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